Desde una pequeña ventana observo
un sol abrazante y ruidoso,
lo veo dirigirse al sur.
Veo a la tierra perder sus sombras,
y al calor invadir los campos
siguiendo al agua, buscándola.
Aquella mujer silenciosa
dueña de la lluvia y la vida
agonizaba fría en el amanecer.
Herida gravemente por el invierno
había resignado su tallo de huesos
a la espera y al dolor.
Y entonces sucedió.
Desde el prisma de mis ojos la veo,
sigo los fractales del sol estival
hasta sus pies que migran con la hierba.
Se lleva los ríos que nos saciaron
dejando mi desierto con vidas muertas.
Se lleva su agua a otro valle.
Y mientras entierro los mapas astrales
dibujo su historia con mis raíces
que cavan hondo hacia los sueños,
y se alimentan de su felicidad.
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