Entramos a la sala blanca, en nuestros atuendos clásicos de tela y plástico. Revoloteando en el pabellón, me imagino, damos un aspecto similar al de ruidosos infantes alrededor juguetes desarmables.
Las valiosas piezas, dicen. Una reverencia y un gracias a don cadaver cortado que nos entrega un momento de su apretada agenda para observar como funcionó antes de pasar por las manos de nuestro macabro profesor de anatomía. Y pensar que esas hilachas mojadas (nervios mediano y ulnar) movían esos charquis (músculos flexor ulnar y radial del carpo, flexor profundo de los dedos...) para que el finado se fumara un cigarrito, o le agarrara las presas a su señora... ¡Pero ahora es un material invaluable!
En fin, me voy a acercar a la proxima mesa. Oh ¡Sorpresa! Un pulmón in situ de un ex-abuelo que debe tener mas o menos siete años alquilando el refrigerador del hospital. Todo esta pauteado, primero le toqueteo las pleuras, el corazón, obviamente teniendo cuidado de no cortar el nervio vago y... ¡Maldición! Se acabo el tiempo.
Siguiente mesa... Idem. Esta vez el museo nos presenta un corazón tratado con varias técnicas de mutilación. Fijese bien como en este se ve mas delgadito el atrio. Si te fijaste, aprovecha de preguntarle al Doctor Vega, que probablemente te tire una talla, como la de la semana pasada, cuando dijo que la laringe estaba azul porque el abuelo comia muchos pintalenguas. ¡Timbre! Rottenhousen y otra vez no alcanzaste a escuchar el chiste.
El tiempo se va acabando y cada vez quedan menos mesas. Tengo mis apuntes bajo el brazo, esos por los que inverti cuatro de mis nueve horas normales de sueño para aprender y ordenar. Las risas se van extinguiendo y los enanitos albos van corriendo mas rápido y mas ruidosos. Repasando, recuerdo una duda que tuve mientras estudiaba, no la pude resolver pues debía elegir entre seguir con la materia o el colapso mental de cabecearme otra hora mas tratando de resolverla. Así que corte por lo sano y le pregunte a una colega ocupada tratando de sostener un menton crudo abierto. Me respondió apurada y de mal humor dejandome no solo con la duda, sino con la sensación de ignorancia clásica que se respira en el pabellón, tan fuerte como el olor a formalina. Nada nuevo bajo el pabellón.
Pero ya es tarde, y el tiempo de la última mesa acabó. Un aumento en mi frecuencia cardiaca me sorprende, perfectamente explicable, pues en un paso anterior tuve que estudiarlo. Algunos cierran los ojos, otros juntan sus manos en posicion de plegaria. Si hasta los cadaveres parecieran estar pendientes con sus sonrisas eternas y sus expresiones de demencia. Se acerca a la mesa de los doctores la bolsa con nuestros destinos, donde cada uno de nosotros es un papelito, y la mano de Lopez te busca y esperas que no te encuentre. Siento el sonido de su mano tanteando la bolsa ¡No puedo salir! trato de calcular las posibilidades de ser escogido entre cuarentaicinco papeles y realmente es absurdo que salga yo. Veo un baile de rodillas inquietas bajo las mesas y mis manos se asfixian en el guante de goma que veo sin ver. La mano deja de escudriñar y yo ya baje la mirada, asi tal vez no se da cuenta que le tocaba en el grupo; esta abriendo los papeles lo puedo escuchar y ya estoy seguro que mi nombre esta ahí y no quiero salir, porfavor no quiero salir.
Cuevas y Aguilera al frente.
Es viernes en la tarde, acabo de recordar que es el último momento de la semana. Mi mente se llena de ideas de descanso, casi siento la suavidad de las sabanas de mi cama mientras dos infelices son interrogados sobre las queridas piezas que valen mas que sus esfuerzos vanos por conocerlas.
2 comentarios:
Ese es el azar, al final, todo es mera coincidencia.
Crudo relato.
Aunque debo reconocer que habian por ahi algunos terminos que no manejo.
Eso si!
Los pintalenguas si los conozco.
Saluts.
escudriñar esos cuerpos
hace que el seso galope más desbocado que el pulso cardiaco.
sin duda una exèriencia para tener en cuenta
y un relato maravillosamente tejido.
FELICITACIONES
Publicar un comentario