Mientras los segundos desaparecen,
el aire moteado entra a mis pulmones.
Algo no sale,
se acumula en el torrente de mi ser orgánico.
Los restos quedan repartidos por los rincones
y alimentan raíces invisibles.
La vegetación se extiende bajo mi piel
puedo sentirla atravesando tejidos.
El dolor se intensifica con cada brote
las bocanadas lo perpetúan.
Sentado en el hormigón de un parque falso
observo las titánicas y frondosas plantas
endurecidas y enraizadas
que consumieron cuerpos desde el interior.
Cada vez más planta.
Cada vez menos humano.
Consumiéndome, crece el árbol parásito,
anidado y acogido por mis células.
Quisiera exhalar y salir por mi boca,
elevarme en una hoja muerta,
domar los vientos, poder migrar,
y surcar la eternidad de cielos cambiantes.
Un día girar con las corrientes
para caer y volar con las estaciones.
Saborear el frío y las lluvias inesperadas
en los días en que el sol abrasa.
Dejarme llevar por una vertiente
que no surca hacia un fin ni destino.
Solo es, una y otra vez
hasta ser invisible a la materia.
Y cuando llegue la primavera
volverme uno con la nube negra
para bajar en miles de fragmentos
y regar el árbol que me recuerda.