Sonó el despertador. Hay pocas cosas en la vida que me parten mas el ánimo que un despertador indiferente por el placer de los sueños. Hoy sería un día clásico. Recordé que Muriel el sábado anterior me había tirado por la cabeza un rosario de improperios agrestes de cansancio y rencor. Afortunadamente la adolescencia me hizo inmune a la negativa femenina, pero hoy extrañé su llamada despertadora que hacía el ritual laboral mas agradable.
Camino al hospital pensé en llamarla. Solteros, teníamos algo poderoso en común. Pero las diferencias de sexo cada año son mas abismantes, consideré prudente esperar.
Fue una mañana tranquila, un almuerzo tranquilo, un ascensor tranquilo, un laburar tranquilo. Increiblemente aburrido todo, me extraña que con lo inquieto que fuí cuando joven terminara viviendo en la rutina. Así que decidí modificar algunos turnos y darme la tarde libre.
¿Y que haría? Quizas un café por providencia, o un paseo por el parque metropolitano. Tal vez era el momento de llamar. De cualquier manera finalice en el barrio bellavista escuchando una banda en vivo en un local no muy convincente. Pedí un clavo oxidado y me senté a esperar. Nada. Y así se me fueron 2 horas.
El inconveniente no es estar soltero cuando se trabaja, sino el ser hombre cuando se es soltero. Sentía deseos de que Muriel llamara, pero sabía que de algun modo inexplicable yo era el culpable de la pelea. Y cuando las mujeres se sienten en su derecho de mutismo ¡Dios me libre! Pensaba en ésto cuando un par de veinteañeras se sentaron una mesa al lado mío. Recordé las técnicas milenarias de las que me jactaba con mis amigos en la universidad en el ambito de la conquista... hoy ya oxidada. Sin embargo decidí apostar a que la juventud aún no me abandonaba. ¡Eureka!
Diez de la noche. Un télefono nuevo en mi celular y una cita para mañana en el patio bellavista. Encendí un cigarro y respiré con la libertad de una tarde que comenzó en meditación y terminó con escasez de aquella. Hoy tomaré el camino largo hacia mi departamento y compraré un buen pisco por si mañana tengo invitada a la casa. La vida sonrie al fin del día. Pero sonrie sarcásticamente, y es una meta compleja interpretar sus gestos.
Llegando a casa suena mi celular. Ahora sí, es momento de hablar.
Camino al hospital pensé en llamarla. Solteros, teníamos algo poderoso en común. Pero las diferencias de sexo cada año son mas abismantes, consideré prudente esperar.
Fue una mañana tranquila, un almuerzo tranquilo, un ascensor tranquilo, un laburar tranquilo. Increiblemente aburrido todo, me extraña que con lo inquieto que fuí cuando joven terminara viviendo en la rutina. Así que decidí modificar algunos turnos y darme la tarde libre.
¿Y que haría? Quizas un café por providencia, o un paseo por el parque metropolitano. Tal vez era el momento de llamar. De cualquier manera finalice en el barrio bellavista escuchando una banda en vivo en un local no muy convincente. Pedí un clavo oxidado y me senté a esperar. Nada. Y así se me fueron 2 horas.
El inconveniente no es estar soltero cuando se trabaja, sino el ser hombre cuando se es soltero. Sentía deseos de que Muriel llamara, pero sabía que de algun modo inexplicable yo era el culpable de la pelea. Y cuando las mujeres se sienten en su derecho de mutismo ¡Dios me libre! Pensaba en ésto cuando un par de veinteañeras se sentaron una mesa al lado mío. Recordé las técnicas milenarias de las que me jactaba con mis amigos en la universidad en el ambito de la conquista... hoy ya oxidada. Sin embargo decidí apostar a que la juventud aún no me abandonaba. ¡Eureka!
Diez de la noche. Un télefono nuevo en mi celular y una cita para mañana en el patio bellavista. Encendí un cigarro y respiré con la libertad de una tarde que comenzó en meditación y terminó con escasez de aquella. Hoy tomaré el camino largo hacia mi departamento y compraré un buen pisco por si mañana tengo invitada a la casa. La vida sonrie al fin del día. Pero sonrie sarcásticamente, y es una meta compleja interpretar sus gestos.
Llegando a casa suena mi celular. Ahora sí, es momento de hablar.