1 de diciembre de 2008

Antes de despertar

Como las escenas que recordamos en la vejez. Extraño es, armar los recuerdos que provocarán nuestras sonrisas arrugadas mañana. Asi veo su sueño, como un dulce y extraño desafío que se me entrega a mi juventud.

La suavidad de su descanso, y su demanda (o mía) por cercanía. Duerme, como si el mundo fuera suyo en la improvisada suite del asiento del lado. No me canso de acariciar sus finos rasgos, de una belleza prometedora que comienza a aflorar junto a su rebeldía. Y sin caer en conciencia, mi cuerpo pierde sensibilidad por la contorsión que causa alcanzar sus manos y su cuello.

Y asi pasan horas. Horas enteras para contemplar su majestuocidad innata que me seduce a violar los espacios del respeto. Me reta, a apostar mis emociones en un juego sin certeza. A estirar los labios para encontrar el paraiso o el infierno. A saciar mi sed con veneno o con el nectar del amor. Y mi pensamiento busca evidencias, que ni el corazón logra demostrar.

Y cuando abre sus ojos, me encuentra a su lado, besando su frente. Pareciera no importarle, ni percatarse de mi pugna de horas. Caprichosa mira el cielo, y recuerda que el secreto debe mantenerse en aquel auto. Y me pide con la dulzura de las quimeras, un boleto para regresar a la realidad. Pues mi rapto nocturno acaba cuando cesa su sueño o su intención, y mi intención cesa, al dormirme inmerso en la duda.

¿Qué pensará al despertar sola en su habitación luego que suena su despertador?



Foto donada por Javiera Ramirez Pigliacampi