21 de marzo de 2011

Otoño

Cuento con mi fuerza acústica
aquel misterio de transición autónoma,
que hoy no obedece.
Ya no llama al transeúnte dormido,
ni al peregrino rezagado al descanso.
Ha cambiado.


Cambió setenta noches atrás,
de lo mío a lo ajeno.
A lo suyo, contaminado por su escencia
de mujer pequeña y encantadora.


Me armé de consuelos
y terminé sin justicia, sin rodeos.
¡Tanto ajetreo para desvestirla
y desnudar su alma con la mía!


¡Le agradezco tanto! Sus desvelos,
su lágrima tibia entre mis dedos.
Fue un viaje,
del que retorno cubierto por sus tesoros.
¡Que dicha siento
al ver el cielo que la espera!


Lejos de mí serás,
de mi fuerza acústica que un día cuidé
y cultivé porque estabas tú.
Lejos estaré,
sintiendote cerca en un pensamiento.

10 de marzo de 2011

Escarabajo (Tercera nota de crecimiento)

Tercera nota de crecimiento


Una imagen en espejo comúnmente surge en mis anécdotas. Parece un escarabajo, por su forma y movimientos sin matiz. Revolotea mi mente como una idea sin tiempo y diseña estirpes de pensamientos no muy bien desentrañados. Es un cazador de recuerdos.

Algunas veces aquí, otras en el destierro. Mis ojos no siempre tienen buen alcance, mas los hilos que atan mis creaciones no se rompen con la distancia. Son indestructibles e infinitos, como su esclavitud. No soy tirano de mi arte espiritual, y el insecto negro asi lo comprende.

Quisiera contar sobre las ventajas de su existencia, pero dudo que puedan ser comprendidas desde la conciencia ajena. Mi encierro vacuo no tiene fecha de expiración y ya los años se tatúan en mi figura demacrada y cansada. Olvidé mi juventud, mis crímenes y mis triunfos. Olvidé que un día me enamoré.
¿Qué sucederá con un momento que no deja huella? ¿Habré vivido un sueño, o es que un paisaje de silencio fue mi cuna y mi cementerio? Quizás allí afuera se sepa de mí, quizás mucho mas que mi Dios que ya no escucha. Me atormenta, pero en mi encierro la pregunta se vuelve artefacto de compromiso.

Hoy llueve, y el agua se filtra por una grieta desconocida del cielo de mi celda. Como la vida misma, que viene a regalar la melodía del invierno. Me hipnotiza. Me dejo llevar y lavar por su pureza de un desconsuelo que me desgarra y que no tiene nombre. El agua lo invade en su núcleo, y hace de mi sentimiento algo menos mío. Y cuando quedo vacío, de rencor y de esperanza levanto mi mirada y el mundo se vuelve inalcanzable.

La libertad me embriaga, aún en mi entorno constante, reducir la irracionalidad es una manera de encojer nuestra existencia. Tan pequeño soy, que mi celda deja de cumplir su función.
Dichoso soy de poder abrir mis alas. Revolotear con otros insectos, que son personas como yo. Personas que viven y que mueren libres.